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RELACIONES

¿Por qué las mujeres no hablamos en la cama?
Por Patricia Morales

Él está roncando hace rato y tus ojos están fijos en algún punto de la habitación a oscuras. Varias preguntas se te agolpan en la mente: ¿le habrá gustado? ¿me habrá estado comparando con otras? ¿no seré muy inhibida? ¿no debería ser más creativa? ¿por qué no llegué? ¿no seré frígida? ¿por qué se apura tanto? ¿POR QUÉ NO LE DIGO ESTAS COSAS?
No estás sola. A muchas les (nos) pasa lo mismo. A tantas, que me atrevo a decir que la gran mayoría de los hombres llegan, hacen lo que tienen que hacer, y te abandonan, ya sea yéndose, durmiéndose o quedándose bien calladitos a tu lado. No lo hacen porque sean seres malignos e insensibles, sino sencillamente porque cargan con todo un bagaje cultural macho-egoísta del que ya ni son responsables. Y casi siempre dan por sentado que si ellos disfrutaron, pues vos también disfrutaste, y proporcionalmente.

Pero nosotras también cargamos con una herencia cultural terrible: el sentimiento de culpa. Si no llegaste al orgasmo, es tu culpa: seguramente eres frígida. Si él ha tenido alguna dificultad para excitarse, es tu culpa: no eres lo suficientemente sexy. Si él se apresura demasiado, lo mejor sería que también te apuraras, eres lenta y es tu culpa.

Aquí hay dos cosas a plantear. Una, es el poco interés que ponen muchos hombres por conocer la naturaleza femenina. Llega a asustar la cantidad de cosas que no saben, o la cantidad de cosas que creen saber y ejecutan torpemente, convencidos de que te están llevando a la cumbre del placer. La otra, es que tendrás que ser quién lo ponga al tanto de cómo es realmente el asunto. Muchas veces no es nada fácil. Creo que lo único que puede salvar situaciones de este tipo es la comunicación. Se trata sencillamente de abandonar el papel de mujer abnegada que se contenta nada más con que el otro quede contento. Se trata de meterte en la cabeza que tu derecho al placer sexual es tan importante como el suyo, y a exigir y a ser respetada en el ámbito sexual como en cualquier otro ámbito de la vida.

Así que basta de no cruzar ese misterioso y tácitamente convenido umbral entre el placer de ambos. Para cambiar estas cosas en el mundo hay que empezar por casa, y más puntualmente, por la propia cama. Una buena idea como para comenzar a actuar es disfrazar tus propuestas con un juego; ojo cada una debe encontrar su modo de decirlo, pero esto le puede servir a varias:
Se trata de sugerirle jugar a que uno debe pedirle al otro un deseo, por turno, en la cama. El que cumpla con más deseos del otro gana. Seguramente tengas la mala suerte de Ganar, pero al menos él sabrá qué es lo que te gusta.

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